Hace unos días volví de África. Después de casi dos
meses fuera, tenía la nevera vacía, así que bajé al supermercado a comprar
básicos. Me llevé un paquete de seis cajas de leche, un par de tetrabriks de
zumo, otro de caldo preparado y una botella de refresco de dos litros. Total 11
litros. Algunas verduras, pasta y queso. Calculé unos 13 kilos de peso,
dividido en dos bolsas y debía andar tres manzanas de vuelta al piso. Chin,
chan. Tuve que parar tres veces a cambiarme las bolsas de mano. Me desequilibraba
a cada paso y llegué sudando a casa. Menos mal que eran solo tres bloques,
pensé, unos diez minutos caminando. Esta anécdota de mujer blandengue me
hizo reflexionar.
Pensé en las niñas y mujeres que había conocido
durante estas semanas en Etiopía. Esas niñas que caminan una media de dos horas
al día para llevar agua desde las fuentes hasta sus hogares. Llenan sus dos
garrafas amarillas de 20 litros cada una, hasta la última gota, las cuelgan de
una rama que apoyan como pueden sobre sus hombros y regresan con ellas, en
general, en la cabeza. Esa imagen tan africana. Marchan sin parar, con paso
firme y alerta. Con los cinco sentidos puestos en su ruta, muchas veces
empinada y sin asfaltar. Atentas a las hienas, que a tantas mujeres han
devorado ya en esos senderos, y sin perder de vista a los hombres que se
cruzan, deseando tener suerte para que no las asalten, ni las rapten, ni las
violen. Llegar sanas y salvas a casa cada día es una aventura sin garantías.
Todo por el agua. Cuarenta litros.
Según las estadísticas elaboradas por el Ethiopian
Development Research Institute en el último censo sobre población y recursos en Etiopía (2007),
la cobertura de agua potable en zonas rurales es del 66% y del 95% en zonas
urbanas. El 27% de la población obtiene el agua directamente de los lagos, ríos
y estanques y un 28% lo obtiene de pozos o manantiales no protegidos. Esto se
traduce en que una gran parte de la población –mujeres en su mayoría– tiene que
desplazarse a buscar agua fuera de sus hogares con los consiguientes problemas
que se desprenden de esta molesta actividad.
Cuarenta litros de agua que servirán para atender las
necesidades hídricas de toda la familia. Las mujeres planifican cuidadosamente
el consumo distribuyéndolo proporcionalmente para cocinar, para beber, para
lavar ropa, para lavarse ellas y a sus niños, para regar el huerto, para los
animales, etc. Según el informe Evaluación de género de los proyectos
de Agua en Etiopía, de Intermon Oxfam, la participación de ellas en la
producción de alimentos es fundamental. Emplean entre un 60% y un 80% de su
tiempo de trabajo en actividades agrícolas. Esto significa que la seguridad
alimentaria de las zonas rurales depende principalmente del trabajo de las
mujeres. Mientras los hombres, en general, se dedican a la producción de
cultivos comerciales, son ellas las que atienden la producción para la
subsistencia familiar. Cultivan verduras y mantienen el ganado para alimentar a
sus familias o vender en los mercados locales. Por tanto, el uso de esos 40
litros de agua es doble: el doméstico y para fines productivos.
Si leemos entre las líneas de estos datos tan fríos
podemos desmadejar el ovillo en asuntos prácticos del día a día. Por ejemplo,
si las mujeres emplean unas dos horas en ir a por agua, en ese tiempo no pueden
hacer otras cosas como trabajar para generar ingresos o estudiar para acceder a puestos de trabajo de mayor
responsabilidad, potenciando así la autoestima y el reconocimiento.
Además, si recorren largas distancias y cargan durante horas con ese peso se
desencadenan problemas de salud como dolores de espalda –aplastamiento de
vertebras, desviación de columna, etc.– que pueden, incluso, tener
consecuencias negativas al dar a luz, dificultando el momento del parto.
Etiopía es una sociedad patriarcal que relega a las
mujeres a un segundo plano justificándose en la tradición y en la religión. Sin
embargo, con el esfuerzo para conseguir los Objetivos de Desarrollo del Milenio
algunas cosas están empezando a cambiar.
El Gobierno del país es consciente de estos serios
problemas y, uno de los ocho objetivos que se enmarcan en el primer programa de
Desarrollo de la Mujer Etíope (WDPI), es mejorar la situación para mujeres y
niñas sensibilizando sobre asuntos medioambientales, facilitando el acceso de
agua potable aumentando el número de surtidores para que ninguna persona tenga
que andar más de 30 minutos para conseguir agua. Del 2005 al 2010, el
porcentaje de acceso al agua potable en zonas rurales creció del 25% al 66%.
Además, aunque las mujeres desempeñan un papel importante en el uso y
distribución de agua a nivel doméstico, también ha sido reconocida su función
en los programas de desarrollo teniéndolas en cuenta en la toma de decisiones y
gestión de estos recursos hídricos.
Ya en 1995, con la firma de la Constitución de
Etiopía, se aseguraba la igualdad de género y desde entonces se han promulgado
distintas leyes que deberían garantizar esta igualdad. El desafío, sin embargo, es conseguir que se cumplan.
Una de estas leyes, promulgada en 2003, es precisamente el acceso de las
mujeres a la propiedad privada de tierras, por ejemplo. Esto hace que las
mujeres estén todavía más interesadas en las infraestructuras de agua, que
irrigarán esas potenciales tierras en propiedad.
Hasta hace pocos años, ellas eran solamente usuarios
pasivos, excluidas del proceso de toma de decisiones y de las actividades
remuneradas o de formación relacionadas con el agua. Con el diseño de estos
programas de desarrollo potenciado por la cooperación internacional se han
tomado medidas especiales para incluir a las mujeres en estas estructuras, como
los comités de agua y saneamiento para asegurar que están activamente
involucradas.
Hoy se garantiza que haya el mismo número de hombres
que de mujeres representados en estas juntas, en las que se deciden temas tan
importantes como la ubicación de los surtidores, tecnologías utilizadas,
materiales, distribución de tareas y estrategias en caso de sequía o cortes de
suministro. Incluso, en muchos casos, se nombra a mujeres como presidentas o
tesoreras de estas comisiones.
Estas medidas contribuyen no solo a conseguir la
igualdad de género, sino que, al mejorar el acceso al agua de las comunidades,
se potencia la salud, la educación y la producción agrícola para el consumo
propio e incluso para la exportación. Éxitos que acercan a Etiopía a alcanzar
los soñados retos del milenio antes del 2015 en la lucha contra el hambre,
promover la igualdad entre los sexos y a la disminución de la mortalidad
infantil.
"El objetivo de los proyectos de agua no es la
construcción de una presa o instalar una bomba. Deben funcionar, ser
utilizados, y quizás lo más importante, deben ser parte de un proceso más
general de cambio social", aseguró un día Jan Lundqvist (Departamento de
Agua y Estudios Ambientales de la Universidad de Linkoping, Suecia). Que así sea.
ANA PALACIOS www.elpais.com
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