Las
mujeres, aunque muchas veces hemos sido excluidas, también fácilmente caemos en
la tentación de excluir. Una y otra vez se repite la historia bíblica de Sara y
Agar (Gn 16). Sara, herida en su dignidad por una cultura patriarcal que la
despreciaba por no tener hijos, descarga toda su rabia y su tristeza contra
Agar, la esclava que había proporcionado descendencia a Abraham. Y la abandona
a su suerte en el desierto. Sara utiliza su poder como «señora» de forma destructiva,
reproduciendo la misma lógica de exclusión que la excluía a ella.
Sin
embargo, Dios escucha el llanto de Agar (Gn 21). El poder de Agar es el de
generar y preservar la vida en medio del desierto y de la desolación, sin
excluir a nadie. El Dios de Abraham responde al sufrimiento de una esclava
extranjera. Su gesto amoroso cambia nuestra lógica y nos invita a transformar
nuestro concepto patriarcal de poder. En el Nuevo Testamento esta
transformación llegará a su plenitud al poner el servicio a los últimos como
ejercicio de un poder que elimina las relaciones de dominación y crea
relaciones de fraternidad.
Tradicionalmente,
se ha entendido el poder de forma piramidal y jerárquico, que subordina a los seres
humanos y la creación. El poder «desde arriba» es utilizado para conseguir los
intereses del poderoso, en lugar de los intereses de las personas o pueblos.
Como se deduce de la Historia, satisfacer los deseos de quien ejerce el poder
ha sido siempre mucho más común, mucho más importante, que estimular los
talentos de las personas sobre las que se desempeña el poder.
El
feminismo, por el contrario, apuesta por otro modelo bien distinto de ejercitar
el poder. Es el modelo inspirado en Agar. El poder es concebido como
capacitación mutua. El verdadero sentido del poder debe ser el empoderamiento
de las otras personas, el poder-con, la capacitación de las
otras y otros para la vida. Si reconocemos como legítimo el poder de los padres
sobre los hijos en la medida en que está al servicio del desarrollo de su
persona y de su autonomía, lo mismo deberíamos exigir a cualquier otro tipo de
poder que reclame legitimidad.
Presentamos
modos de practicar el poder inspirados en una perspectiva de la realidad que
nos lleve a compartirlo, a cultivarlo junto con otros y otras. El poder debe
siempre compartirse y multiplicarse, y no debe acumularse en los niveles
superiores. La persona que ejerce el poder debe incluir especialmente a las que
viven en los márgenes y que piensan que «no son nadie». La autoridad se logra
estableciendo conexiones, trabajando en equipo y evitando todo tipo de
competencia que pueda crear celos, envidias o divisiones.
El
poder no es de por sí bueno ni malo. Su moralidad depende de los propósitos
para los cuales es usado. Hay un uso cotidiano, que pasa inadvertido, pero
puede ser creativo y estimular nuestro crecimiento personal y comunitario, por
ejemplo:
*
El
poder de la información: es importante poseer información o tener
acceso a ella. Debemos compartirlo y ser selectivas y no pasar rumores o
chismes que destruyan y dificulten la comunicación.
*
El
poder de los contactos: establecer redes de trabajo y contactos que
nos ayuden en nuestra vida cotidiana y trabajo es fundamental para el
desarrollo creativo.
*
El
poder del reconocimiento: es importante reconocer a las
otras personas, llamarlas por sus nombres. Reconocer los títulos académicos de
nuestras mujeres. Comenzar el diálogo afirmando lo positivo de la otra persona
antes de expresar nuestras propias afirmaciones.
*
El
poder de las respuestas sensibles: a las mujeres nos
cuesta trabajo decir que no.
Estamos
educadas para el sí, pero podemos decir NO; y cuando sea necesario presentar
propuestas o demandas.
Mª Carmen Martín Gavillero
Mujeres
y Teología. Ciudad Real
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