sábado, 2 de marzo de 2013

Cuestión de poder



Las mujeres, aunque muchas veces hemos sido excluidas, también fácilmente caemos en la tentación de excluir. Una y otra vez se repite la historia bíblica de Sara y Agar (Gn 16). Sara, herida en su dignidad por una cultura patriarcal que la despreciaba por no tener hijos, descarga toda su rabia y su tristeza contra Agar, la esclava que había proporcionado descendencia a Abraham. Y la abandona a su suerte en el desierto. Sara utiliza su poder como «señora» de forma destructiva, reproduciendo la misma lógica de exclusión que la excluía a ella.
Sin embargo, Dios escucha el llanto de Agar (Gn 21). El poder de Agar es el de generar y preservar la vida en medio del desierto y de la desolación, sin excluir a nadie. El Dios de Abraham responde al sufrimiento de una esclava extranjera. Su gesto amoroso cambia nuestra lógica y nos invita a transformar nuestro concepto patriarcal de poder. En el Nuevo Testamento esta transformación llegará a su plenitud al poner el servicio a los últimos como ejercicio de un poder que elimina las relaciones de dominación y crea relaciones de fraternidad.
Tradicionalmente, se ha entendido el poder de forma piramidal y jerárquico, que subordina a los seres humanos y la creación. El poder «desde arriba» es utilizado para conseguir los intereses del poderoso, en lugar de los intereses de las personas o pueblos. Como se deduce de la Historia, satisfacer los deseos de quien ejerce el poder ha sido siempre mucho más común, mucho más importante, que estimular los talentos de las personas sobre las que se desempeña el poder.
El feminismo, por el contrario, apuesta por otro modelo bien distinto de ejercitar el poder. Es el modelo inspirado en Agar. El poder es concebido como capacitación mutua. El verdadero sentido del poder debe ser el empoderamiento de las otras personas, el poder-con, la capacitación de las otras y otros para la vida. Si reconocemos como legítimo el poder de los padres sobre los hijos en la medida en que está al servicio del desarrollo de su persona y de su autonomía, lo mismo deberíamos exigir a cualquier otro tipo de poder que reclame legitimidad.
Presentamos modos de practicar el poder inspirados en una perspectiva de la realidad que nos lleve a compartirlo, a cultivarlo junto con otros y otras. El poder debe siempre compartirse y multiplicarse, y no debe acumularse en los niveles superiores. La persona que ejerce el poder debe incluir especialmente a las que viven en los márgenes y que piensan que «no son nadie». La autoridad se logra estableciendo conexiones, trabajando en equipo y evitando todo tipo de competencia que pueda crear celos, envidias o divisiones.
El poder no es de por sí bueno ni malo. Su moralidad depende de los propósitos para los cuales es usado. Hay un uso cotidiano, que pasa inadvertido, pero puede ser creativo y estimular nuestro crecimiento personal y comunitario, por ejemplo:
* El poder de la información: es importante poseer información o tener acceso a ella. Debemos compartirlo y ser selectivas y no pasar rumores o chismes que destruyan y dificulten la comunicación.
* El poder de los contactos: establecer redes de trabajo y contactos que nos ayuden en nuestra vida cotidiana y trabajo es fundamental para el desarrollo creativo.
* El poder del reconocimiento: es importante reconocer a las otras personas, llamarlas por sus nombres. Reconocer los títulos académicos de nuestras mujeres. Comenzar el diálogo afirmando lo positivo de la otra persona antes de expresar nuestras propias afirmaciones.
* El poder de las respuestas sensibles: a las mujeres nos cuesta trabajo decir que no.
Estamos educadas para el sí, pero podemos decir NO; y cuando sea necesario presentar propuestas o demandas.
Mª Carmen Martín Gavillero
Mujeres y Teología. Ciudad Real

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