En el año 2000 Nassima soñaba con huir de Afganistán para poder jugar en la calle, escuchar música o jugar con su amigo Mohamed. En 2014 Malala lo sigue haciendo, en su caso de Pakistán, para poder ir a la escuela. Algunas
cosas han cambiado en Afganistán y en el Pakistán de los talibanes en
los últimos años, pero poco para la dignidad de las niñas y mujeres.
Nassima, de once años, quería ser como su amigo y poder jugar y
caminar libremente por la calle, ir al colegio, escuchar música o lanzar
cometas por las calles de Afganistán (Los Sueños de Nassima. Ed. La Galera)
y solo soñaba con salir de su país escondida en una de las alfombras
que fabricaba su padre y exportaba a través de Pakistán. No podía
entender por qué ni las mujeres ni las niñas podían acudir a un hospital
cuando estuviesen enfermas, por qué su entrada estaba prohibida.
Por esa razón su abuela Fatuma no había muerto de milagro cuando
intentaron ingresarla con un problema de corazón. Recordaba como era
feliz en su antigua escuela, aunque se tratase de un edificio
destartalado, sin ventanas y con una pizarra que un día sí y otro
también se caía al suelo. Quería aprender a leer porque su padre le
había dicho que eso era lo más bonito que había en el mundo, que leyendo
se puede soñar, se pueden vivir otras vidas, viajar, ser otras personas
y eso a Nassima le parecía algo fantástico.
Pero esta niña de Kabul pensaba que “desde que esos hombres barbudos y
ojos febriles, llamados talibán, habían llegado al poder, ella había
dejado de ir a la escuela, ya no podía jugar en la calle con sus amigos,
no podía leer ni asomarse a la ventana de su casa”.
Eso ocurría en el año 2000, hace 14 años y ahora Nassima, con 24
años, sigue sufriendo todo tipo de discriminaciones. Tras perder el
poder los talibanes volvió a la escuela y a jugar con su amigo Mohamed
con el que se acabó casando pero su vida es una continua lucha. Ahora
Nassima es una activista de los derechos de las mujeres como lo fue Sushmita Benerjee, una escritora hindú casada con un afgano que el pasado mes de septiembre fue asesinada de 20 balazos
en la puerta de una escuela. Sushmita siempre fue un objetivo de los
talibanes, por ser mujer, por negarse a llevar burka pero sobre todo por
sus libros publicados en India denunciando la situación de las niñas y
mujeres afganas.
El año pasado una representación del Gobierno afgano tuvo que rendir
cuentas ante Naciones Unidas de la situación de las mujeres. Intentaron
justificar la labor realizada por el gobierno pero con poco éxito. El
documento hablaba de 167 “incidentes” que afectaban a la educación, de
los que el 49% se atribuyeron a grupos armados, incluidas las fuerzas de
los talibanes, el 25% a fuerzas progubernamentales y el 26% a autores
no identificados. Diversos grupos armados perpetraron ataques contra
escuelas, lo que incluyó la utilización de artefactos explosivos
improvisados y ataques suicidas, la quema de escuelas y el secuestro y
la matanza de personal docente. Varios grupos armados también fueron
responsables de actos de intimidación, amenazas contra maestras y
alumnas y cierres forzados de estos centros.
Ante estos hechos nos deberíamos preguntar qué ha cambiado en
Afganistán y en las zonas de Pakistán dominadas por los talibanes. La
respuesta es poco, muy poco, a pesar de la dura guerra vivida y de la
cantidad de muertos que han caído por el camino.
Las niñas y las mujeres poco se han beneficiado de la guerra, de los
cambios de gobiernos o de que lo talibanes no estén en el poder. No
tienen la presidencia del gobierno pero dominan la calle. Y la pregunta
que nos deberíamos hacer todos, y especialmente los que tienen poder, es
¿tanto miedo dan mujeres que sepan leer y escribir, que tengan formación?
En el único lugar en donde las niñas han visto mejorar algo su
capacidad de poder ir a la escuela en Afganistán es en las grandes
ciudades. Cinco millones de niños y niñas no están escolarizados, de los
cuales el 37% son niñas. Insisto, eso en las grandes ciudades como
Kabul.
Pero el desprecio y odio hacia la mujer llega también a las
agresiones físicas como le ocurrió a Aisha Mohammadzai, conocida como
Aisha Bibi. En 2009 esta joven de 19 años fue sacada violentamente de su
casa por los talibanes. Tras permanecer cinco meses encerrada en una
cárcel, un tribunal rural la juzgó y determinó que debía servir de
ejemplo para otras mujeres, por lo que a modo de condena, la envió de
regreso con su marido. Este la llevó a las montañas, le ató sus manos y
pies, y le dijo que como castigo le cortaría la nariz y las orejas. Y
así lo hizo, dejándola abandonada en las montañas.
Según relató al programa "Daybreak" de la cadena británica ITV,
tras el ataque Aesha logró llegar hasta la casa de su abuelo, desde
donde fue trasladada hasta un centro médico estadounidense, lugar en el
que permaneció por 10 meses. Posteriormente, fue llevada a un refugio
secreto en Kabul y luego viajó a Estados Unidos, gracias a la ayuda de
una organización humanitaria.
En 2010, la revista Time publicó la fotografía de Aesha sin su nariz
en la portada de su edición de agosto. La imagen, que fue tomada por la
fotógrafa Jodi Bieber en un centro de mujeres maltratadas de
Afganistán, fue elegida como la mejor de ese año en los premios World Press Photo. En la actualidad, Aesha vive en Maryland, Estados Unidos, donde una pareja cuida de ella.
Pero por qué le ocurrió eso a Aisha: pues simplemente porque su
padre, cuando la niña tenía 12 años prometió darse a un combatiente
talibán como compensación por un asesinato que un miembro de su familia
había cometido. A los 14 años ya estaba casada y sometida a constantes
abusos hasta que a los 18 años intentó huir. Y esa fue la razón de su
mutilación facial.
En Pakistán solo se dedica un 1% de su presupuesto a educación
(especialmente para varones) mientras que gastan un 30% en armamento.
Mientras tanto, jóvenes como Malala, Aisha o Nassima tendrán que seguir
soñando y jugándose sus vidas por una vida mejor para las mujeres.
Mercè Rivas Torres
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