jueves, 17 de abril de 2014

Jesus y Las Mujeres


Las mujeres en el judaísmo palestino 
Las mujeres hebreas de Palestina estaban entre las más pobres del mundo en la época de Jesús. Esto era probablemente porque no tenían derechos hereditarios y no podían divorciarse ni aún por el más sólido de los motivos. Los hombres hebreos podían divorciarse de sus mujeres por cualquier motivo, desde quemar la cena (Hillel) hasta el adulterio (Shammai). Pero aún así, las mujeres hebreas no estaban autorizadas a pedir el divorcio a sus maridos. En una cultura en la cual la mujer no sobrevivía a menos que fueran parte de un hogar patriarcal, el divorcio podía tener consecuencias desastrosas. A la luz de esta observación, la proscripción del divorcio establecida por Jesús es significativamente protectora de las mujeres. La resurrección del hijo de la viuda de Naím es otro ejemplo de la compasión de Jesús por la pobreza de las mujeres atrapadas en el patriarcado.


Los derechos de propiedad de una mujer hebrea eran prácticamente inexistentes. En forma teórica, ella podía heredar la tierra, pero en la práctica, los herederos varones tenían precedencia. Aun si ella lograba heredar la propiedad, su esposo tenía el derecho a uso y usufructo. La principal esfera de las mujeres era el hogar, donde la hospitalidad era su tarea especial. Las mujeres lideraban las oraciones durante las comidas y las ceremonias de encendido de velas en los festivales.

Un niño era considerado judío solamente si la madre era judía. La mayoría de las niñas judías eran prometidas en matrimonio por sus padres a una edad muy temprana. Las mujeres judías se consideraban impuras durante su menstruación. Si inadvertidamente tocaban a un hombre durante sus reglas, estaban obligadas a someterse a un ritual de purificación que duraba una semana antes poder volver a orar en el Templo. En el evangelio de Marcos, la mujer que padecía una hemorragia desde doce años atrás era sin duda alguna una marginada social. Observamos que Jesús no se preocupa en absoluto acerca del ritual de impureza cuando la cura, después de que ella con valentía lo tocara a pesar del tabú existente. (Marcos:25)

Las mujeres del judaísmo primitivo proclamaban y profetizaban, pero en la época de Cristo no podían leer la Torá en la Sinagoga debido a su periódico "estado de impureza". El tema de si una mujer debía ser educada en la Torá era ampliamente debatido. Como regla general, solo las esposas de los Rabinos recibían esta educación. De acuerdo con la legislación judía, las mujeres no podían ser testigos ni podían enseñar las leyes. Las mujeres no tenía roles religiosos o de liderazgo en el judaísmo del primer siglo. En un país gobernado por una élite religiosa, esto significaba que ellas eran invisibles y no tenían poder alguno.


Las mujeres en los Evangelios

Es decir, eran invisibles y no tenían poder alguno para casi nadie, excepto para Jesús, quien tal como demuestran los Evangelios, tenía un afecto especial por aquellos rebajados por otros. Su comportamiento hacia las mujeres, aun cuando se lo observa a través del cristal androcéntrico de los textos Evangélicos, es digno de destacarse. Jesús acogió a las mujeres entre sus discípulos más allegados: "Después de esto, iba por los pueblos y las aldeas predicando el Reino de Dios. Le acompañaban los Doce y algunas mujeres María Magdalena, Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes, y Susana y algunas otras, las cuales le asistían con sus bienes." (Lucas 8:1-5). Las mujeres no eran mencionadas en los textos antiguos a menos que tuvieran prominencia social. La implicación clara de este texto es que las mujeres de dinero patrocinaron la misión en Galilea.
Jesús dio la bienvenida a las discípulas femeninas en su entorno para que escucharan sus enseñanzas sobre Dios junto con los discípulos masculinos. Esto era verdaderamente inusual, ya que las mujeres normalmente no podían dirigirse a los hombres en público, y mucho menos andar por los caminos con ellos.



La inclusión radical de las mujeres realizada por Jesús también queda ilustrada por la historia de Marta y María. María asume su lugar a los pies de Jesús, el lugar ocupado tradicionalmente por los varones dedicados a los estudios rabínicos. Marta, (tal como sucede aun actualmente entre las mujeres cuando se desafían las leyes del patriarcado), protesta. Pero Jesús elogia la sed de conocimientos de Dios expresada por Marta: "María ha escogido la parte mejor, y nadie se la quitará." (Lucas 10:38-42)


En todos los Evangelios, vemos que Jesús desafía los preceptos patriarcales profundamente establecidos: que sólo las mujeres llevan la carga del pecado sexual; que las mujeres Cananeas y Samaritanas deben ser rechazadas y repudiadas; y que los hijos pródigos deben ser desheredados. En cambio, los hombres son desafiados a aceptar su propia complicidad en el adulterio; la mujer samaritana se convierte en misionera consiguiendo que todo su pueblo crea en Jesús; el amor incontenible de la mujer cananea por su hija logra ampliar los propios horizontes de Jesús con respecto a los destinatarios de la Buena Nueva, y el hijo díscolo y caprichoso es acogido calurosamente en su hogar con una gran fiesta celebrada por un padre pródigo.


La similitud de la llamada al apostolado de las mujeres junto con sus hermanos varones se destaca aún más en los relatos de la Resurrección, porque la proclamación de este hecho se basa fundamentalmente en el testimonio de las mujeres. Los cuatro Evangelios muestran a María Magdalena, Juana, María la madre de Santiago y José, Salomé y las otras mujeres discípulas que acompañaron a Jesús hasta su muerte; ungieron y enterraron su cuerpo; vieron la tumba vacía; y finalmente experimentaron su presencia ya resucitado. El hecho de que el mensaje de la resurrección fuera entregado primero a las mujeres es considerado por los estudiosos bíblicos como la prueba más rotunda de la historicidad de los relatos de la resurrección. Si estos textos hubieran sido creados por los discípulos masculinos con su extraordinario fervor, nunca hubieran incluido los testimonios de las mujeres en una sociedad en la que eran rechazadas como testigos jurídicos. Al principio, los apóstoles no creyeron en su mensaje. Y aún hoy, algunos discípulos se niegan a escuchar la buena nueva si es proclamada por mujeres.


Las mujeres en las Iglesias de los primeros tiempos

En el último capítulo de la carta de San Pablo a los Romanos, diez de los 29 líderes eclesiásticos cuyos favores solicita son mujeres. Febe, la patrocinadora de Pablo en Cencreas, y Prisca, (quien, junto con su esposo Aquila fue una destacada misionera) encabezan la lista. Las cartas de San Pablo (a excepción de las dirigidas a Timoteo y Tito que no fueron escritas por él), son los primeros manuscritos que poseemos del Cristianismo de la primera era, y constituyen una sólida evidencia histórica de la igualdad de los roles de liderazgo de los hombres y las mujeres en la iglesia naciente. Esta igualdad también está reflejada en la fórmula bautismal de los Gálatas: "No hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer, pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gal. 3:28). Este texto era probablemente una oración o cántico de la iglesia primitiva que todo nuevo cristiano cantaba o recitaba como muestra de su gran alegría.


El Libro de los Hechos habla de "las hijas de Felipe con don de profecía" (Hechos 21:9-10). Eusebio, el historiador de los inicios de la iglesia, atribuye los orígenes apostólicos de las iglesias de las provincias de Asia a su ministerio, reconociendo de esta manera que al menos algunas mujeres eran transmisoras de la tradición apostólica. ¡Qué lástima que sus nombres no nos hayan sido transmitidos! La Didaché, una epístola que contiene oraciones de los primeros tiempos, nos da nombres de profetas como los líderes regulares de las celebraciones eucarísticas, las cuales se celebraban frecuentemente en los hogares de mujeres prominentes.


Al final del primer siglo de cristianismo, el liderazgo de las mujeres comenzó a encontrar oposición: "La mujer se debe dejar instruir en silencio con toda sumisión. No tolero que la mujer enseñe, ni que se tome autoridad sobre el marido; que esté callada […]" (1 :Tim). No obstante ello, las líderes femeninas florecieron junto con los líderes masculinos en las iglesias Montanistas y Valentinianas ortodoxas e igualitarias del Asia Menor hasta el siglo IV, cuando fueron suprimidas de estos roles. En ese momento, Constantino había logrado utilizar el Cristianismo para unificar el Imperio Romano que estaba al borde de desmoronarse. El apostolado inclusivo y carismático de igualdad que había ayudado al rápido crecimiento del cristianismo durante los primeros tiempos había sido domesticado, sólo para resurgir con el nacimiento de comunidades religiosas que continuaron con la tradición profética del Catolicismo durante 2000 años. Es dentro de esta tradición que las organizaciones reformistas de la iglesia se desempeñan actualmente.


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