Hace una
década Liberia vivía un verdadero infierno. Tras una cruenta guerra civil de
ocho años que terminó con la elección de un jefe rebelde como presidente, el
país de 3 millones de habitantes rápidamente se vio inmerso en otro conflicto.
La violación como arma de guerra y los niños soldados se volvieron el pan de
cada día mientras caudillos militares, cada uno más sanguinario que el
anterior, pugnaban por hacerse con el control del país y sus recursos
minerales.
Pero las
mujeres liberianas estaban hartas. Hartas de ser violadas y abusadas, hartas de
ver a sus niños reclutados a la fuerza y entrenados para convertirse en
desalmadas máquinas asesinas, hartas de que los bandos se turnaran en cometer
los delitos más atroces, hartas de haber vivido todas sus vidas en medio de un
baño de sangre…
Lo que
empezó con un grupo de mujeres cantando y rezando en un mercado de pescado en
Monrovia, la capital, se fue convirtiendo en un movimiento no violento
compuesto íntegramente por mujeres que logró detener la guerra. Durante dos
años más de dos mil mujeres cristianas y musulmanas -actuando unidas por
primera vez y portando camisetas blancas- realizaron piquetes silenciosos en
calles, descampados y el aeropuerto, resueltas a impedir que la sangre
continuase.
“Hicimos
lo inimaginable”, dice Leymah Gbowee, la trabajadora social que lideró
la Acción Masiva de Paz de las Mujeres de Liberia. “Nadie pensó que
pudiésemos sostener una protesta durante dos años y medio”, contaba en el
documental “Reza al diablo de regreso al infierno” sobre el movimiento no
violento.
“Lugares
a donde nunca pensamos que iríamos, fuimos”, dice Leymah. Cuando un ministro
se negó a hacer públicos unos documentos estatales sobre transacciones de
arroz, se plantaron en su oficina hasta que accedió a hacerlo. Cuando grupos
armados se negaban a un cese al fuego, viajaron hasta la zona de la batalla,
desafiando los consejos de los cascos azules de la ONU. Cuanto más las
agredían, más mujeres se les unían.
Pero quizás el momento por el que serán recordadas más vivamente es por su papel en las negociaciones de paz que pusieron fin al conflicto y lograron la salida de Charles Taylor, hoy juzgado por crímenes de guerra y de lesa humanidad en el Tribunal Penal Internacional de La Haya.
Pero quizás el momento por el que serán recordadas más vivamente es por su papel en las negociaciones de paz que pusieron fin al conflicto y lograron la salida de Charles Taylor, hoy juzgado por crímenes de guerra y de lesa humanidad en el Tribunal Penal Internacional de La Haya.
Eventualmente
la presión sobre Taylor fue tan fuerte que debió aceptar entrar en
negociaciones para poner fin a la guerra, pero los diálogos llevaban siete
semanas y no daban ningún resultado. Así que Leymah Gbowee, Comfort Freeman y
las demás mujeres rodearon el edificio y les impidieron salir hasta que no
llegaron a un acuerdo definitivo.
Después de
años de guerra, cientos de miles de muertos, lisiados y exiliados, Liberia
avanza a tímidos pero firmes pasos hacia una laboriosa reconstrucción del país,
liderada por Ellen Johnson-Sirleaf, la primera presidenta africana. También
buscan impulsar una verdadera reconciliación, para evitar que la historia se
repita por tercera vez.
Y fueron las
mujeres liberianas las que lo lograron.
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