En Nigeria, hace casi un mes, 200 niñas fueron secuestradas para convertirse en esclavas
sexuales de una panda de bárbaros que dicen actuar en nombre de dios,
según sus propias declaraciones.
Esta panda de bárbaros se autodenomina Boko Haram, cuya traducción en el idioma local es "la
educación es un pecado", lo que conceptualmente incluye
especialmente, que las mujeres no deben aprender ni siquiera a leer y escribir,
sino quedarse en casa para dedicarse a cuidar de sus esposos y de sus hijos.
¿Se han preguntado por qué un hecho de
estas proporciones ha tardado tanto, más de 3 semanas, en llamar la atención
de la opinión pública y provocar respuestas internacionales contundentes?
La utilización de las mujeres las niñas y los
niños como arma y botín de guerra es una constante en la inmensa mayoría de los
conflictos armados pasados y actuales. El secuestro de Nigeria, no es
una excepción sino una realidad cotidiana a la que se enfrentan las
poblaciones civiles de los países en conflicto, que se ceba con las personas
más vulnerables, mujeres, niñas y niños, especialmente en los países más
pobres.
No es, por tanto, la primera vez que se producen
secuestros de estas características, y no ha sido la última. De hecho pocos
días después de hacerse público este episodio hemos sabido que se ha
producido el secuestro de otras 8 niñas en la misma zona. Seguramente
para este grupo terrorista la cuestión es, además, una oportunidad de
publicitar su existencia y sus macabros objetivos, y es aquí donde el secuestro
de estas niñas se convierte, además de en un crimen horrendo contra los
derechos fundamentales, en un símbolo.
Así, esta panda de bárbaros se burla del mundo
entero y lanzan a la vez un mensaje claro y coherente con sus pretensiones: las
niñas son prescindibles, no tienen derechos, pueden ser utilizadas
como arma de guerra, podemos coger lo que creemos que pertenece a otros y hacer
con ello lo que queramos, para nuestra propia satisfacción y el escarnio de
nuestros enemigos.
Saben que cuentan con la ventaja de la
impunidad, de que raramente se juzga y condena a los responsables de
este tipo de crímenes, de que en el marco de la seguridad global, los derechos
de las mujeres y las niñas, no son una prioridad ni un tema al que se responda
con contundencia. De ahí probablemente la insolencia con la que se han
producido los comunicados de reivindicación de este atentado. De ahí que
alguien pueda decir "Yo he secuestrado a vuestras niñas. (...) Alá me dice
que las venda"
Situaciones similares de abusos y
violaciones sistemáticas como arma de guerra se han producido o se
están produciendo en todos los conflictos armados actuales. En Siria, en Sudán, en Somalia, en el Congo, en Uganda, incluso en los conflictos con las guerrillas del
narcotráfico de México o Colombia, encontramos historias de personas,
fundamentalmente mujeres y niñas, que son brutalmente violadas, asesinadas y utilizadas
como botín sexual para los combatientes. Hablamos de miles, de cientos de
miles, probablemente de millones de mujeres, niñas y niños en todo el mundo que
han sufrido estos abusos, sin que la experiencia vivida y las secuelas sufridas
hayan pasado de la consideración de efectos colaterales de los conflictos
armados.
¿Qué es la guerra sino esto? Pero sin embargo,
los medios de comunicación nos narran los conflictos armados con historias de
armas, bombardeos, asesinatos, en riguroso masculino, contribuyendo de esta
forma a ocultar la tragedia humana individual de quienes son más vulnerables y
son víctimas de la violencia sexual en estos contextos. Y sin el
reconocimiento de las historias personales es imposible la sanción y la
reparación del daño causado.
La violencia que se ejerce contra las mujeres,
las niñas y los niños, debería ser uno de los factores que alerte a la
comunidad internacional sobre la necesidad de intervenir en los conflictos
bélicos y no sólo la puesta en riesgo de intereses geopolíticos y económicos,
como sucede en estos momentos. Esta violencia debería constituir una
alerta básica a nivel mundial sobre las posibilidades de que se produzcan
cruentos conflictos. La defensa de mujeres, niñas y niños debería ser
parte esencial para la seguridad y el patrimonio político global. Pero, por
ahora, no es así. Por esto hemos tardado tanto tiempo en tener respuesta al secuestro de más de 200 niñas en
Nigeria.
Por eso, también, es importante que desde
la sociedad civil nos sumemos a la exigencia de intervención de los
estados para proteger la seguridad de sus ciudadanos, y especialmente sus
ciudadanas, y reclamar todos los esfuerzos para el rescate y la protección de
estas niñas y de todas las víctimas civiles de la violencia sexual que se
utiliza como arma de guerra en el mundo.
El ejemplo del horrendo crimen de Boko Haram, no
es una excepción, pero tal vez pueda contribuir a abrirnos los ojos en relación
con este problema. Tenemos el deber de demostrar que sí nos importa, porque son
nuestras niñas.
Marisa Soleto www.elmundo.es
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