domingo, 9 de noviembre de 2014
sábado, 1 de noviembre de 2014
¡VIVA MALALA!
En octubre de 2012 los talibanes le metieron una bala en la cabeza pero no lograron callarla. Malala Yousafzai defendía la escolarización de las mujeres en su país, Pakistán, y sigue alzando la voz en favor del derecho de todos los niños (y sobre todo niñas) a la educación. Su lucha y coraje han sido reconocidos con el Nobel de la Paz, un galardón que comparte con el activista indio Kaliash Satyarthi (de enorme mérito también, y parece como si el Comité noruego hubiera querido preservar un equilibrio geopolítico y abrazar a India y Pakistán, dos potencias nucleares enfrentadas desde hace décadas por la región de Cachemira).
La joven, que vive en Birmingham (Inglaterra), recuerda en su libro de memorias (Malala. Mi historia, Alianza), cómo empezó todo. “Hace mucho tiempo casi me mataron, simplemente por defender mi derecho a ir a la escuela. Era un día como muchos otros. Yo tenía 15 años, estaba en noveno curso y la noche anterior me había quedado demasiado tiempo levantada estudiando para un examen”. Los talibanes le dispararon en el autobús en el que se dirigía a su casa. Desde entonces se ha convertido en un símbolo mundial demostrando que los terroristas temen más a una niña con un libro que a un ejército. Su lema bien podría ser una frase que no se cansa de repetir: “Un bolígrafo puede cambiar el mundo”.
Malala estuvo ya el año pasado en las quinielas, pero finalmente el Nobel se lo llevó la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas. En esta edición se ha impuesto a rivales tan carismáticos como el papa Francisco, y comparte honores con Kailash Satyarthi, un ingeniero informático que desde hace casi tres décadas denuncia sin descanso a las empresas que explotan a los niños.
El Nobel ha unido así a un hindú y una musulmana; a un indio y una paquistaní. Un logro diplomático.
martes, 7 de octubre de 2014
¡Tomen nota, chicos!
Baloncesto, un Mundial,
una selección española de altísimo nivel, Estados Unidos como referente… Y a
partir de ahí, las comparaciones entre los chicos y las chicas pueden ser tan
difíciles como injustas. Sin embargo, resulta irresistible cotejar la frustración
de los unos hace menos de un mes en Madrid con el éxtasis de las otras ahora en
Estambul. Ellos, los Gasol, Navarro, Calderón, Rudy, Ricky y compañía arrasaron
en los seis primeros partidos del campeonato y lo tiraron todo por la borda en
un día en el que se les atravesó la selección de Francia. Un rival conjurado en
torno a un estupendo plan estratégico y con un buen equipo dirigido por Diaw,
Batum y Heurtel, pero claramente inferior en la suma total de sus talentos.
Aquel día, en aquel partido de
cuartos de final, supuraron en el equipo español todas las pequeñas y no tan
pequeñas disfunciones que se acostumbran a producir en cualquier colectivo: la
distribución de los papeles, los minutos de juego y los egos, la disciplina de
grupo, la exigencia del día a día, el principio de autoridad, el ascendente del
entrenador y su relación con los jugadores, etc. Pese a que España jugaba en
casa y contó con un equipo de ensueño quedó manifiesta una vez más la necesidad
de una gestión diligente y rápida para que esos y otros detalles no acaben por
corromper la absoluta e imprescindible armonía que requiere una selección de élite con máximas exigencias.
No ocurrió así y el seleccionador Juan Antonio Orenga
acabó pagando el pato con su dimisión. Le facilitó las cosas al presidente de
la Federación Española, José Luis Sáez, que se había concedido un plazo para
procesar el fracaso y tomar cartas en un asunto que ardía entre la afición y la
crítica. Los jugadores admitieron que no se preparó adecuadamente el partido y
Sáez dejó planear un desliz por omisión: “Igual los que estábamos ahí nos
volcamos demasiado en la organización y cometimos errores por no estar más
cerca del equipo”.
La selección de Lucas Mondelo ha
apretado de firme en los días de mayor exigencia del campeonato. Ganó con una
autoridad inaudita a sus rivales de grupo y también a China en los cuartos de
final. Y en el partido clave, el que conllevaba mayores dificultades, el de
semifinales ante Turquía, exhibió una estrategia de juego
apropiada, una concentración máxima y una solidaridad de sus jugadoras
insuperable. Y ahí, por supuesto, es donde sale a relucir la calidad
individual de jugadoras excepcionales como Alba Torrens o Sancho Lyttle, el
liderazgo y la maestría de Laia Palau, la pujanza de Marta Xargay, la dirección
de Silvia Domínguez y la aportación inteligente y al servicio del grupo de
Laura Nicholls, Leonor Rodríguez, Lucila Pascua, Nuria Martínez, Laura Gil,
Anna Cruz y Leticia Romero.
El equipo de Mondelo tuvo todo lo
que le faltó al de Orenga. Y, por supuesto, no estamos hablando de una cuestión
de calidad. ¡Tomen nota, chicos! De estas jugadoras de baloncesto y de una
generación de deportistas españolas que está marcando la línea de la
excelencia: Mireia Belmonte, Ona Carbonell, Duane Da Rocha, Ruth Beitia, Laia
Sanz, Carolina Marín, el conjunto de rítmica o la selección de waterpolo.
jueves, 26 de junio de 2014
"LIBRES" aplicación contra la violencia de género
"LIBRES"es una aplicación para teléfonos móviles (sistemas operativos IOS y Android) dirigida principalmente a mujeres que sufren o han sufrido violencia de género y a cualquier persona que detecte en su entorno una posible situación de maltrato.
- tomar conciencia de su situación como víctima de violencia de género
- informarse acerca de los pasos a seguir ante una situación de violencia de género
- conocer los recursos telefónicos y presenciales que están a su alcance para asesorarse y denunciar
- conocer las medidas de autoprotección que puede y debe tomar para salvaguardar su seguridad y la de sus hijos
- y, finalmente, puede sentir que toda la sociedad está a su lado, que otras mujeres han pasado por su misma situación y han conseguido salir y comenzar una nueva vida alejada de la violencia.
domingo, 22 de junio de 2014
jueves, 19 de junio de 2014
Liderazgo femenino en tierras tribales
Lilian nació en paz. Así la bautizó su madre, en su
nombre masai, Naserian (paz), debido a su parto
fácil e indoloro, algo que no les sucede a otras muchas mujeres de esta tribu
que emigró desde la parte alta del río Nilo hacia el sur de Kenia y el norte de
Tanzania, en plena sabana africana. Nacer hembra en territorio masai no es
fácil, conlleva vivir una existencia sometida a duras presiones por parte de la
propia comunidad y, además del duro trabajo cotidiano habitual en manos
femeninas, a sufrir prácticas como la mutilación genital o el matrimonio
precoz, que en Kenia mismo se están intentando controlar.
El sentido de comunidad es indispensable entre los
masai. Cada clan queda protegido con hermandad y devoción. “Nos ayudamos entre
todos los del mismo clan, somos como de la misma familia”, cuenta Lilian
mientras el taxi de Narok a su aldea, Ositeti, queda atascado en un
riachuelo. No hay carretera para un trayecto de más de 100 kilómetros,
solamente un camino indefinido de tierra que levanta polvo y espinas en cada
socavón.
El camino. Lilian tiene claro cuál es el suyo, el que
debe seguir para ayudar a todas esas mujeres que la rodean, que ignoran sus
derechos o no se atreven a alzar la voz para reivindicarlos. Ella, gracias a la
ayuda de la ONG catalana The South Face –que trabaja para proporcionar
acceso universitario a mujeres sin recursos en Kenia– estudia Educación en la Universidad
Kenyatta de la ciudad de Narok. A un año de terminar su carrera,
Lilian defiende “la opción a estudiar de los jóvenes, a decidir cuándo y con
quién casarse, a poder vestir diferente, a aprender de otras culturas... ”. Su
propósito es dedicarse a trabajos sociales, ayudar a estimular el estudio y la
emancipación de la mujer en su comunidad o cuanto menos romper el silencio
femenino habitual. Es decir: usar la educación con un objetivo: como vía hacia
la independencia y la libertad. Su mensaje es claro: “La formación tiene un
efecto directo para todos. A través de ella, las mujeres no permitirán que se
las tiranice y los hombres, a su vez, aprenderán a respetarlas e integrarlas en
las decisiones colectivas”.
Desde Ositeti, la pequeña aldea de
donde procede, Lilian tiene que lidiar con las tradiciones ancestrales de su
estirpe, preservando su pureza y al tiempo ofreciendo opciones para los más
jóvenes, especialmente a ellas, las mujeres, supeditadas a costumbres arcaicas.
“Cuando regreso a mi aldea, tengo que ponerme falda larga y despintarme las
uñas. De lo contrario, todo el pueblo me acusa de corromper la imagen
tradicional de los masai”, cuenta mientras dirige las vacas hacia el río para
darles de beber. “En Ositeti no voy a la Iglesia. La última vez me avergonzaron
en público por llevar el pelo largo y recogido en trenzas. Yo quiero ir a misa
para tener un momento para mi fe, pero no puedo si no se me respeta”, añade
indignada.
En pocos minutos, un par de hombres con un coche
todoterreno acuden al rescate. Una mujer con grandes agujeros en los lóbulos y
un vistoso pañuelo amarillo que paseaba por la zona, se une a la hazaña y ayuda
a los caballeros a empujar el vehículo. Con los pies empapados sube al coche y
la acercan a su poblado. “Ashe (gracias)”, les agradece Lilian. Al
llegar a casa, Lilian prepara la comida para toda la familia y se encarga de
todas las tareas domésticas. Enciende el fuego a leña y calienta el agua para
las patatas. A veces el calor se hace insoportable al retenerse en las paredes
de chapa y prefiere cocinar fuera. Lava los platos, la ropa, ordeña las vacas.
Llegada la noche, rescata unos minutos de lectura de su libro Blossoms from
the Savannah y sonríe bajo el farol de luz a pilas y las estrellas.
La lucha de Lilian es valiente y compleja. Una apuesta
de convivencia entre lo tradicional y lo moderno. Y sobre todo, un cambio para defender
la igualdad de género y ampliar las posibilidades de futuro de las nuevas
generaciones. Como líder estudiantil asegura que algunos cambios son positivos
y pueden resultar beneficiosos para todos, sin que eso perturbe un modus
vivendi atávico. No lo tiene fácil. Su tierra es conocida por la reserva natural Masai Mara, dónde miles de
turistas acuden anualmente a contemplar la increíble y variopinta fauna que
habita en las inmediaciones del parque. Elefantes, jirafas, leones, cebras,
leopardos, gacelas, hienas y otros muchos animales salvajes retozan en libertad
ante la mirada atenta de los visitantes.
Los hogares masai son de barro y bosta, con una base
de madera que distribuye las habitaciones. Habitualmente una se usa para
resguardar el ganado, otra es para los cónyuges y un espacio queda destinado
para cocinar.
La tribu, con su gran variedad de clanes, convive en
armonía. Hombres y mujeres con coloridos atuendos, cabezas rapadas y lóbulos
perforados de donde cuelgan abalorios y pendientes de diversas tonalidades,
pasean por las llanuras. Ellas cargan a sus hijos en la espalda y van a buscar
agua al río más cercano o madera para construir la casa de sus maridos. Ellos
llevan bastones y cuchillos para protegerse de los depredadores. Los morana,
los guerreros, cargan lanzas para cazar leones y alimentarse de su sangre y su
carne. Eso les hace más fuertes y todos pueden escucharles mientras se agrupan
para llevar a cabo sus rituales y sus cánticos.
sábado, 14 de junio de 2014
“Falta voluntad política para perseguir la violencia sexual ”
Patricia Sellers (Filadelfia, EE UU, 1954), lleva
tres décadas trabajando para documentar y perseguir crímenes de género en todo
el mundo. Se ha especializado también en violencia sexual, sobre todo aquella
que se produce en conflictos armados o como ataque sistemático a la población
civil. Sellers, que fue abogada en el Tribunal Especial para la Antigua
Yugoslavia y que ahora es asesora especial de la fiscalía de la Corte Penal
Internacional y profesora visitante en Oxford, define estas agresiones como “un
ataque contra la comunidad internacional”. Como tal, afirma, deben perseguirse.
La jurista asegura que la sociedad es cada vez más consciente de la gravedad de
estos crímenes, pero que aún falta voluntad política para perseguirlos. “Las
víctimas necesitan reparación en todos los estamentos”
Pregunta. ¿Cuál es la situación
actual?
Respuesta. Hay evidencias de
violencia sexual en Siria, dentro del conflicto armado; la hubo en la república
Democrática del Congo, en Libia, en Kenia, en Guinea. Pero también en Nigeria,
donde no hay un conflicto, con los ataques de Boko Haram con los secuestros de
chicas y los matrimonios forzosos. Porque estos crímenes contra los derechos
humanos no solo se dan en el marco de una guerra.
P. ¿Qué motivación tienen estas
agresiones?
R. Son ataques claros para
humillar, vejar, asustar, para demostrar la fuerza, para someter a las
víctimas… Pueden ser una forma de castigo o de tortura que se inflige a
personas presas o detenidas. También se emplean como acciones ejemplarizantes,
para demostrar al resto que esas personas no valen, que han perdido la guerra.
Como cada acto para destruir al enemigo son una táctica, igual que quemar las
casas, matar el ganado… Se trata de un acto de violencia contra los seres
humanos: contra mujeres y niñas, pero contra hombres y niños también; y cada
vez más se están empezando a visibilizar esos crímenes contra estos dos últimos
grupos. Esto ayudará a tener una visión más global y más correcta de este tipo
de prácticas.
P. ¿Existen mecanismos eficaces
para perseguir estos delitos?
R. Estas agresiones contra los
derechos humanos pueden perseguirse como crímenes de guerra si tienen relación
con un conflicto armado, como crímenes de lesa humanidad si se dan en un ataque
contra la población civil sistemático; o de genocidio si tienen intención de
destruir a un grupo étnico, por ejemplo.
P. ¿Son complejos de probar?
R. Todos los crímenes
internacionales son difíciles de perseguir. Pero la falacia de que los crímenes
de violencia sexualizada son más complejos justifica que la impunidad
prevalezca. Hay que investigarlos, perseguirlos, documentarlos y reparar a las
víctimas. Lo que nos falta es la voluntad política tanto a nivel nacional como
internacional. Estos crímenes ocupan un lugar central en el derecho
humanitario, pueden ser perseguidos por el Estado donde se producen. Si no,
podría hacerlo el estado de origen de las víctimas o donde están detenidos los
agresores. Pero también se pueden perseguir desde otros lugares, aunque estos
vínculos no existan, porque afectan a la comunidad internacional en sí. Forman
parte de la jurisdicción universal.
P. ¿Qué hace falta para impulsar
su persecución?
R. Para combatir la impunidad
hay que combinar de manera realista las medidas políticas y los recursos
disponibles. Hay que educar a la sociedad e informar sobre las mujeres y
hombres que han sufrido violencia sexualizada. Los profesionales necesitan
formación constante (los jueces, los investigadores, los profesionales
sanitarios y sociales, las fuerzas de seguridad…), y también hay que tomar
conciencia de que se necesitan fondos para poder reparar a las víctimas, algo
que debe entenderse como un proceso normal de transición hacia la justicia.
P. Ha habido condenas importantes?
R. Se han dictado condenas por
estos crímenes en el Tribunal Especial para la Antigua Yugoslavia, por ejemplo.
Y los actuales procesos contra [Radovan] Karadzic [líder político serbobosnio]
incluyen alegaciones sobre violencia sexual. También en los tribunales de
Ruanda o de República Democrática del Congo, en las cortes especiales para
Sierra Leona o Camboya; en Argentina, donde la violencia sexual se ha incluido
entre los crímenes contra la humanidad. Además, ha habido condenas en la Corte
Interamericana por violación de los derechos humanos que han recogido
evidencias de violencia sexual. El desafío es ahora lograr una condena por
violencia sexual en la Corte Penal Internacional.
P. Será útil la conferencia de
Londres?
R. Servirá para visibilizar lo
que está ocurriendo. Para impulsar medidas para frenarlo. No solo con el
protocolo que se desarrollará para que se investiguen los casos, también porque
se está poniendo el acento en que las víctimas deben tener reparación. Y en que
esta sea en todos los estamentos. Soy optimista.
María R. Sahuquillo www.elpais.com
viernes, 13 de junio de 2014
Veinte adolescentes maltratadas tienen protección policial en Granada
Las adolescentes no se salvan de la lacra de la violencia de género. Veinte
menores, con edades comprendidas entre los 14 y 17 años, tienen protección
policial para evitar a sus maltratadores. Un número de víctimas superior al de
2012 cuando eran 15. “Nos preocupa este repunte y por eso ponemos todas las
herramientas a nuestro alcance para corregir este problema”, dijo ayer el
subdelegado del Gobierno, Santiago Pérez.
El «Estudio Percepción Social de la Violencia de Género 2013», realizado a
finales de 2012 por el CIS a partir de 2.580 entrevistas a mayores de edad y
residentes en España, los ciudadanos tienen una visión muy reducida de la
violencia de género. Identifican el fenómeno con las palizas, pero no con los
reproches a la manera de vestir, los celos exacerbados o la censura de sus
amistades. Hay una inercia a ver el maltrato como algo inevitable y justificado
en determinadas circunstancias, un sentimiento que comparten el 32% de los
hombres y el 29% de las mujeres.
www.ideal.es
jueves, 12 de junio de 2014
Las mujeres avanzan en América Latina
Por primera vez en la historia, más de la mitad
de las mujeres en edad de trabajar (52,9%) forman parte de la fuerza laboral de
América Latina, un avance que se debe a su educación. El 53,7% de las féminas
activas tienen diez o más años de estudios y el 22,8% cuentan con educación
universitaria, lo que contrasta con los índices masculinos, que son del 40% y
el 16%, respectivamente. Son los datos del estudio publicado por la Oficina
Regional de la Organización Internacional del Trabajo para América Latina y el
Caribe.
Según se asciende en la escala sociocultural se
ve que las latinoamericanas están aprovechando las oportunidades educativas que
se les van abriendo. Así, por ejemplo, en Brasil y Argentina se inscriben más
mujeres que hombres en la universidad. El problema, a resolver, aparece en la
parte más elevada de la pirámide laboral: apenas hay mujeres directivas. Tan
solo un 1,8% de las compañías de la región son dirigidas por mujeres, y de las
500 mayores firmas latinoamericanas, únicamente nueve tienen al frente a una
ejecutiva. Un caso paradigmático (por lo positivo) es el de Brasil, donde no
solo la petrolera estatal Petrobras, la mayor compañía de Latinoamérica, está
presidida por Maria das Graças Foster, sino que hay otras seis mujeres en la
presidencia y dirección general de otras tantas de las 500 mayores empresas del
país.
Mucho más numerosa es la representación femenina
en los órganos legislativos. En Latinoamérica, las mujeres están siendo
elegidas para ocupar cargos públicos en índices que superan los de países más
desarrollados. Así, por ejemplo, en Costa Rica y Argentina, cerca del 40% de
los legisladores son femeninos, comparado con el 17% de Estados Unidos. Por no
hablar de las jefas de Estado de la región: Laura Chinchilla en Costa Rica,
Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Dilma Rousseff en Brasil y
Michelle Bachelet en Chile.
Se aprecia que la mujer empieza a tomar el
control, pero todavía existe discriminación. Una encuesta realizada entre más
de 20.000 mujeres de Argentina, Colombia, Chile y México reflejó que el 64% de
las sondeadas se sentían discriminadas en el trabajo y solo el 34% estaban
contentas con él. Y el sueldo es uno de los aspectos por los que se encuentran
en inferioridad de condiciones. Según datos del Banco Interamericano de
Desarrollo (BID), el desfase entre lo que percibía un hombre y una mujer entre
1992 y 2007 solo se ha recortado un 17%.
Por sectores, las mujeres ocupan el 33% de los
puestos en las profesiones mejor pagadas de la región (como la arquitectura,
abogacía o ingeniería), siendo precisamente en estos trabajos donde la brecha
salarial adquiere sus mayores proporciones: llega hasta el 58%. Entre las
razones hacia las que apunta el estudio para explicar este desfase están la
mayor tendencia de la mujer a trabajar a jornada parcial, practicar el
autoempleo y desarrollar su labor profesional en la economía sumergida. Los
datos abundan en el hecho de que la flexibilidad laboral, que permite a las
mujeres participar en el mercado de trabajo mientras siguen a cargo de
múltiples responsabilidades en los hogares, tiene un coste reflejado en
salarios más bajos.
Y eso que no es el salario lo primero que
preocupa a la mujer trabajadora, es lo segundo. Antes está su desarrollo
profesional. Además de un clima laboral agradable, horario flexible y
beneficios laborales, por ese orden.
El emprendimiento femenino es uno de los recursos
más desaprovechados de América Latina, según el informe Women’s entrepreneurial
venture scope, realizado por la consultora The Economist Intelligence Unit, que
revela que “la gran mayoría de las empresas dirigidas por mujeres en la región
son incapaces de ir más allá de microempresas o salir de la economía
sumergida”. El problema para las mujeres que quieren montar negocios en
Latinoamérica no es legal ni regulatorio, es netamente cultural. Y así es como
las mujeres están en posiciones de responsabilidad en el 23% de las pequeñas
empresas de la región, pero solo en el 9% de las grandes.
El obstáculo de la financiación es la principal
muralla que impide que haya más emprendimiento femenino en América Latina,
donde son relativamente bajas las tasas de mujeres que utilizan cuentas en
instituciones financieras formales para ahorrar y contratar préstamos. Incluso
en el ámbito de los microcréditos, solo el 34,2% de la cartera de las
instituciones microfinancieras regionales se asigna a préstamos para mujeres.
Las cifras lo dicen todo: entre el 55% y el 91% de la actividad empresarial de
las mujeres de América Latina y el Caribe tiene lugar en la economía informal,
lo que hace a las empresarias vulnerables, al tener restringido el acceso a
fuentes formales de crédito, algo que conlleva limitar las oportunidades de
expansión y a disminuir la inversión en innovación, y que finalmente afecta a
la competitividad del país.
PEPE VARELA www.elpais.com
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